Al PRD se le acumulan las tormentas, incluyéndose su pretendida alianza con el PAN en Sonora, y se autodestruye ante el asombro de sus militantes legítimos, situación que provocó, ya, la renuncia de su líder moral, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano
Al PRD se le acumulan las tormentas.
Su estructura ideológica (amalgama de priísmo y centro izquierda, porque su semilla provenía del tricolor, con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza, uno de sus preclaros fundadores en 1989) fue socavada poco a poco por sus líderes, las tribus o expresiones -que comparten siglas pero no ideales-, como elegantemente se intentó identificar a los grupos donde han radicado, siempre, los egoísmos y ambiciones de poder por el poder, cuya crisis tuvo epicentro en la renuncia de Andrés Manuel López Obrador para no seguir cobijándose con la bandera contaminada del Sol Azteca, y luego, la equivocada decisión de sumarse al proyecto de Enrique Peña Nieto para erigir a tres partidos, PRI, PAN y PRD, en una estructura a la que el presidente de México y sus operadores, colocó por encima del Congreso de la Unión para que avalara cambios históricos al texto constitucional, dando paso a una serie de reformas encaminadas a desmantelar al país de sus bienes estratégicos, como los hidrocarburos, y lo más grave, a no tomar en cuenta al pueblo de México para tan grandes decisiones en reformas a la Ley Laboral, de Educación y Fiscal, las que, hasta el momento, y pese a las agresivas campañas mediáticas destinadas a mostrar sus bondades, éstas no aparecen por ninguna parte en la mesa de las familias de los trabajadores, en sus sueños de vida digna y educación para sus hijos, como teóricamente lo mandata el Artículo 123 desde su numeral VI.
Esos, y otros hechos de fondo y forma, vinieron a desembocar en el caos dramático y aberrante de Guerrero, con la desaparición de 43 jóvenes estudiantes de un municipio –Ayotzinapa-, presidido por un alcalde, al igual que el gobernador, surgidos del PRD.
Así entró, el Sol Azteca, a su ruta más grave de descomposición, lo que generó que Cuauhtémoc Cárdenas, su líder moral, exigiera la renuncia de los integrantes de la dirigencia nacional, incluido su presidente, Carlos Navarrete.
Hoy, esa realidad de decadencia, alcanza niveles irreversibles, con la renuncia de Cárdenas Solórzano a su militancia, negándose así a compartir responsabilidades sobre el trayecto perredista en Guerrero y en otras Entidades, de lo que, por supuesto, no se ha dicho todo.
Desde luego que el hijo de Tata Lázaro estuvo informado de lo que sucede en Sonora, con el que fue, hasta ayer, su partido, Entidad donde se aceptó (evidentemente con la autorización de Carlos Navarrete) alianza con el segmento del PAN que controla el gobernador Guillermo Padrés, quien logró construir un ducto por donde se transvasan no las ideologías y convicciones de militantes de ambos institutos políticos, porque se trata de ciudadanos muy respetables, sino las ambiciones, los egoísmos y la sed de poder de sus líderes, quienes esperan, de esta manera, refrendar el Gobierno del Nuevo Sonora en la gubernatura, quizás por 30 monedas a cambio.
Por lo pronto, han surgido las protestas y posicionamientos de políticos que saben anteponer su dignidad por encima de los acuerdos que hacen cabecillas y gobernantes sin consultar a sus bases, como Carlos Navarro López, perredista de profundas convicciones sociales; y por el lado del PAN, David Figueroa Ortega, aspirante a la candidatura azul (misma que tiene destinada Guillermo Padrés para Javier Gándara Magaña), precisando que esperará se oficialice dicho maridaje, para tomar decisiones y buscar otros espacios.
Es verdad, pues, al PRD se le acumulan las tormentas, pero también al PAN.
Le saludo, lector.